La ambivalencia lacónica de los mensajes de China no debe distraer de sus intenciones: aspira a ganar una guerra en la que no ha participado hasta ahora, aunque puede intervenir en el desenlace como mediador en la paz. Hay razones inmediatas de proximidad al presidente ruso, Vladímir Putin, y una hostilidad compartida por la democracia pluralista, el Estado de derecho y el orden internacional liberal. Les separan también un buen puñado de intereses e incluso los métodos para defenderlos. Pero a Pekín no le conviene precipitarse, como sería el caso si se convirtiera en una tabla de salvación excesivamente visible para superar las sanciones contra Putin, o, sobre todo, si atendiera las necesidades de Moscú sobre un eventual suministro de armamento para una invasión ilegal e ilegítima que pretende cambiar por la fuerza las fronteras de un país y sustituir su soberanía.
La sintonía que han exhibido Xi Jinping y Vladímir Putin estos meses tuvo su expresión más significativa en la declaración conjunta del 4 de febrero, previa a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín. En aquel contexto celebratorio, y anterior a la invasión de Putin, reafirmaron una relación bilateral sin límites y exhibieron su hostilidad solidaria tanto hacia la OTAN como al Aukus (Australia, Reino Unido, Estados Unidos). La sintonía expresada no se ha traducido todavía, más allá de la adopción del lenguaje que impone Moscú, en acciones militares o económicas concretas de respaldo a Putin. Hacerlo de forma más o menos explícita descartaría a Pekín como mediador y anclaría definitivamente el orden del mundo en una bipolaridad en la que China sustituiría a la antigua Unión Soviética.
La ayuda de China a Rusia significaría el reconocimiento inmediato de que Putin ha perdido su guerra, con independencia del resultado militar de la invasión. Ha calculado mal y se encuentra impotente ante la unidad de la UE, la presión de Estados Unidos y la monumental resistencia de los ucranianos Por eso, tanto Rusia como China niegan que ni siquiera se haya formulado la petición de asistencia. Hasta el momento, la neutralidad sesgada que practica Pekín parece parte crucial de su estrategia. Bien porque quiera jugar el papel de mediadora —y ojalá que sirviera para parar la guerra—, o porque finalmente incline la balanza, al final se encontrará como socio único de una Rusia aislada por las sanciones internacionales, pero gran productora agraria y de energía y con una fuerte industria armamentística. Los alicientes de China como potencial negociador están en la debilidad rusa tras la guerra ante un régimen de partido único, disciplinado y totalitario en el ámbito político, eficaz en el económico e incluso vanguardista en el tecnológico.
Para China, la guerra de Ucrania supone también un observatorio militar y geopolítico del que va a extraer lecciones con respecto a Taiwán, aunque de una todavía hipotética victoria rusa en Ucrania no debe deducirse mecánicamente una inmediata invasión china de la isla. No hay duda de que Pekín extraerá conclusiones prácticas de las disfunciones en la planificación militar rusa, los éxitos de la resistencia ucrania y la reacción europea, atlántica y de la comunidad internacional. Pero será el tipo de orden internacional que surja de la actual guerra de Ucrania el que determinará los márgenes de maniobra de China para hacer realidad la anexión de la isla antes de la mitad del siglo XXI.
COMERCIO Y ORIGEN DEL CONFLICTO
La relación entre Estados Unidos y China cobró un giro desde la asunción de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. En efecto, la reconfiguración de una situación percibida como injusta o perjudicial para los Estados Unidos se convirtió en uno de los ejes de su Gobierno. En ese sentido, la distribución de los beneficios derivados del comercio, y de la globalización en general, puede ser un factor que explique el descontento con la situación actual y el propio éxito político de Donald Trump. El trasfondo de la disputa comercial es el fenomenal crecimiento que tuvo el comercio entre ambos países desde que China se uniera a la OMC en 2001. Más en detalle, en 2001 el volumen total de comercio entre ambas naciones, es decir exportaciones más importaciones, ascendía a US$121.460 millones, mientras que en 2018 ascendió a US$659.844 millones, un incremento de 443%. El intercambio comercial arroja un saldo negativo para los Estados Unidos, que en 2018 ascendió a US$419.612 millones. En 2001, China explicaba el 9% de las importaciones y el 2,8% de las exportaciones de Estados Unidos, para 2018 las cifras fueron 21,2% y 7,5%, respectivamente. China es el tercer mercado de exportación de Estados Unidos, mientras que Estados Unidos es para China el principal mercado de exportación.
Intercambio comercial de Estados Unidos con China - millones de US$, acumulado 12 meses
Puntualmente, China compra a Estados Unidos un volumen importante de maquinaria e insumos intermedios, por lo que imponer aranceles afecta su propia producción industrial, más aun teniendo en cuenta la complejidad tecnológica de los bienes importados que los torna difíciles de reemplazar. De manera contraria, Estados Unidos compra a China principalmente productos terminados, por lo que la imposición de aranceles recae mayormente sobre los consumidores. Sin embargo, como puede verse en el gráfico, algunos productos terminados tienen un peso importante en las compras de China a Estados Unidos, destacando la soja, los aviones y los automotores, que ocuparon espacio en la prensa por encontrarse entre los sectores más afectados por la guerra comercial.
Además, en el caso del agro estadounidense, se trata de un sector que posee un importante poder político y capacidad para hacer oír sus reclamos. La división entre Estados Unidos exportando insumos intermedios e importando bienes terminados de China no es casual y es un patrón típico de la globalización en el que se han insertado con éxito varios países asiáticos, entre los que destacan Corea del Sur y Taiwán. Típicamente, se observa que las empresas de países desarrollados llevan a Asia, o a otras localizaciones del mundo emergente, las tareas más intensivas en mano de obra, aprovechando los bajos salarios, mientras que retinen las partes del proceso productivo más intensivas en conocimiento, como el diseño o la elaboración de partes de alta complejidad (por ejemplo, chips). Así, esta dinámica es lo que genera la aparente paradoja de que Estados Unidos exporte piezas de computadoras y para importar computadoras terminadas. Por otra parte, El proceso sin embargo no es estático y tanto Corea del Sur como Taiwán han logrado avanzar en la incorporación local de conocimiento y en la complejización de las tareas realizadas, lo que les ha permitido ingresar en el reducido club de países que han logrado desarrollarse en las últimas décadas. En otros casos, como México, el ensamblaje local de piezas importadas no ha conducido a un proceso de desarrollo.
Fuente:
- "Ofensiva de Rusia en Ucrania: China y la guerra". Diario El País. Recuperado el 31 de mayo de 2022 de: https://elpais.com/opinion/2022-03-16/china-y-la-guerra.html
- "Informe Macroeconómico - El conflicto comercial entre China y Estados Unidos". Editorial Galicia & CREA. Recuperado el 31 de mayo de 2022 de: https://www.crea.org.ar/wp-content/uploads/2019/05/Macro-256.pdf
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